El kilombo Niara Sharay: la tragedia de la golondrina
- Tatiana Peláez Vanegas
- 30 jul 2018
- 5 Min. de lectura
Dentro del Centro Local de Atención a Víctimas (CLAV) de la localidad de Bosa, funciona el kilombo Niara Sharay: una alternativa para vencer las barreras de acceso a la salud de la población a través de la medicina ancestral.

“Todos somos uno, uno somos todos (…) Ese nombre es de la tribu Zulú donde nació Nelson Mandela, y todo ser en lengua bantú se llama Niara Sharay que significa grandes propósitos” comenta la matrona del kilombo, Martha Rentería.
El kilombo es una casa de dos pisos, cuyos ladrillos se mezclan con los parches azules de las paredes exteriores. Al interior, colgando sobre el techo blanco, hay distintas plantas en bolsitas plásticas selladas y una cinta de enmascarar que muestra el nombre de cada una: boldo, toronjil, coca, naranjo agrio, mandrágora, hierbabuena, menta y otra cantidad de plantas medicinales. Hay semillas y una hamaca en el techo que se confunde con una atarraya por su tejido. En el centro de la pared, que da a la puerta principal, hay seis siluetas de manos en foami verde y rosa que representan a los seis kilombos que empezaron en Bogotá. Debajo de la única escalera que tiene la casa hay un altar de la virgen de Guadalupe con recipientes de totumo puestos por su lado convexo sobre las paredes.
Después del altar está el consultorio: una camilla, una mesa pequeña con lociones y ungüentos, y el escritorio de la médica, de Martha. Al kilombo llega cualquier persona que se sienta enferma, pero Martha tiene pacientes que requieren atención especial: mujeres y hombres, campesinos y campesinas, indígenas y personas negras que, al igual que ella, han sido víctimas del conflicto armado.
La medicina ancestral que se practica en el kilombo Niara Sharay tiene el gran propósito de sanar las heridas físicas, emocionales y mentales que ha dejado la violencia en Colombia. “El kilombo es una estrategia de medicina ancestral que nace de una lucha de un grupo mujeres en diferentes partes de Bogotá y nacen por una necesidad de la comunidad y por las barreras de acceso que hay en la atención en salud”. Y sí, Martha leyó muy bien la problemática de su localidad. Según el informe del 2013 de la Alta Consejería para la Paz, en la Localidad de Bosa viven 21.067 víctimas de desplazamiento forzado, muchas de ellas sin cobertura de salud. Así, el kilombo se convirtió en una alternativa viable a esas barreras de acceso, pues los tratamientos que se llevan a cabo allí, no tienen ningún costo. Martha me cuenta que en los días que atiende en el kilombo, lunes y martes, la fila de espera se sale de la casa, es mucha la gente que necesita ayuda. El resto de los días, es ella quien se dirige a varios colegios de la localidad, donde hace talleres y acompañamientos para que los niños y niñas aprendan a resolver conflictos sin violencia.
Pareciera que dentro del CLAV el kilombo marcha sobre ruedas, sin contratiempos. Es una casa linda con una huerta comunal en frente que cultivan, sobre todo, campesinos que viven ahora en la ciudad. En el exterior de la casa hay unas materas cuadradas de madera clara que tienen sembradas en su interior unas flores moradas alargadas. Es una huerta cuidada. Sin duda, la casa no demuestra el cansancio que ya por poco vence a la matrona. Martha es una mujer grande, fuerte, alta, con un pelo rizado y esponjado que parece la copa de un árbol frondoso que reposa sobre su cuerpo de piel oscura. Tiene 43 años y desde los 13 es una lideresa social. Comenzó en Jamundí, Valle del Cauca, defendiendo las empresas públicas de Acuavalle, razón por la que grupos paramilitares, aliados con políticos de la región, le hicieron un atentado en el año 2000. Es obvio, pero hay que reafirmarlo: es valiente, no se deja de nada y no se ha dejado ni de los monstruos más crueles que ha engendrado este país, pero la carcome el cansancio.
Una golondrina sola no puede cambiar el mundo, versa el dicho popular, y ella ha luchado en su frente de batalla prácticamente sola. Quiere volver al Valle, recuperar su tierra y tener una finca “Es que los aguaceros no son lo mismo aquí, que allá” me dice mientras cae una lluvia helada sobre Bogotá. ¿Qué va a pasar con los pacientes del kilombo? Me confiesa que toda su vida la ha puesto al servicio de los demás y claro, mientras hace todo lo posible por sanar a otros, se olvida de su propio dolor; se distrae. Cuando tiene un momento para estar a solas recuerda que hay heridas en ella que no han sanado.
No son solo sus heridas, a Martha la desilusiona la falta de apoyo para terminar de implementar los kilombos. A veces parece una causa perdida o inútil, un esfuerzo en vano. Pero no, todo lo que intente reparar un corazón en un país quebrado, vale la pena. Con todo el esfuerzo del mundo, la matrona consiguió la casa dentro del CLAV, pero fue ella quien tuvo que pintar las paredes, poner tejas sobre el patio y arreglar las ventanas para que no se hinundara cada vez que lloviera. El kilombo lo parió ella y ahí está. Un día quiere salir corriendo y dejar todo atrás, y al otro el motor de su lucha social se vuelve a encender. Es una tensión difícil y es su propia encrucijada.
Fran, unos años más joven que Martha, quien tiene una sonrisa genuina y casi permanente –podría decir que también en la tristeza sonríe– concibe el futuro de los kilombos en Bogotá como una necesidad. Me dice que en los territorios del Pacífico es parte del saber popular las prácticas de medicina ancestral. La vecina, la mamá, los amigos y él mismo saben cómo curar. Sin embargo, en Bogotá las matronas escasean y si una se rinde, los kilombos quedan heridos de muerte.
Pero ya están débiles. De las seis matronas del Consejo, dos de ellas cedieron. Según Fran, en el 2015, la Secretaría de Salud se involucró con los kilombos con el objetivo de impulsar la medicina ancestral en conjunto con los hospitales de la ciudad. Sin embargo, las cuatro matronas de los kilombos Razana, Niara Sharay, Sirema y Los Griots se declararon en resistencia y renunciaron al apoyo que brindaba la Secretaría, pues, según ellas, la comunidad negra fue perdiendo liderazgo y el kilombo terminó en manos de personas mestizas, quienes no sabían nada de medicina ancestral. Esos kilombos, los de la Secretaría, pasaron a llamarse equipos para diferenciarse de los kilombos en resistencia.
Es la resistencia dentro de la resistencia ¡Muy jodido!. El futuro para Niara Sharay es incierto. Martha cada vez está más decidida a dejar Bogotá y encontrar un lugar en tierra cálida donde pueda tener una finca. No puede regresar a Jamundí por su seguridad, pero está segura de que puede encontrar un lugar parecido, incluso, ahí mismo en el Valle. La batuta del kilombo podría tomarla Fran con el riesgo que tienen las causas que parecen perdidas, batallar en soledad, como una golondrina.
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