Daira, LA CANTAORA

Daira Elsa Quiñones Preciado es una mujer afro de 65 años. Siempre lleva sobre su cabeza un turbante que cambia de color según el día, y que esconde su pelo rizado y el paso del tiempo. A veces, sobre su frente logra escaparse un mechón de pelo plateado que la delata. Conversa mucho, de todo, de cualquier tema que uno le proponga y esa voz entrenada entre tanta conversación tiene un color dulce y ronco.
A mí mamá le recuerda a la voz de Buika, la cantaora española.
Vive en arriendo en una casa de tres pisos del barrio Lourdes, en la Candelaria. Allí dirige al kilombo Razana, es su matrona y el pilar de este proyecto de medicina ancestral. Es el regalo para la ciudad que la acogió después de que tuvo que dejar su hogar y a sus hijos en Tumaco (Nariño). "Yo me vine de Tumaco con un maletín negro que no he botado, todavía lo tengo, una libreta chiquitica que era de don Aristides, la tenía en la mano cuando lo asesinaron,
traje mi marimba y traje los libros del consejo comunitario (...) es lo que yo salvo cuando llego de allá. Ocho días después quemaron la oficina del consejo, si yo no hago eso, no tendríamos nada".
Daira salió de su territorio en el año 2001 y no ha podido volver. Allí es una líder comunitaria que logró la titularidad colectiva de tierras para comunidades afro, que terminaron beneficiando también a ciertas comunidades indígenas de la zona. "El Consejo Comunitario de La Nupa del río Caunapí presenta una lucha con diferentes poderes en la región porque es un territorio estratégico cerca del Ecuador, tanto para las fuerzas armadas como para los palmicultores". Esta lucha por la tierra, que lideró por siete años, la hizo visible ante ciertos grupos armados que la amenazaron con matarla si no salía del departamento.
Primero, ella se resistió a la orden de irse. Iba cada día a una casa distinta, llegaba como visitante y decía "hazme una camita que me quiero quedar aquí", luego se iba bien tempranito, antes de que amaneciera a otra casa. Así duró un mes. los únicos que sabían del peligro que corría eran el presidente del consejo comunitario, Aristides, y la sobrina de Daira, Lina. Se cansó, se sentía presa en su propia tierra y decidió viajar a Bogotá. Unos meses después, en el año 2002, su compadre, José Aristides, el dueño de la libreta que carga aquí en la capital, fue asesinado.
La obligaron a separarse de todo, hasta de sus tres hijos: Gina, Johnny y Quisú. "Cuando llegué dije: "ya no tengo hijos" y entonces ese día compuse 'Homenaje a la vida' (...) yo decía, oiga, pero yo he sido tan golpeada, pero no me dejo vencer. Yo tenía miedo de salir a la calle, pero ese día yo salí. Algo en mi ser decía: "Cante esta canción". Eso me dio una fuerza interna increíble que me decía "Tu puedes, no puedes seguir escondida tu tienes que salir a la calle".
Bogotá le ofreció una nueva oportunidad de reencontrarse con la cantaora que siempre fue y que sigue siendo. Ya no compone entre la naturaleza, debajo del guayabo que la acompañaba desde los siete años. En la capital, el ruido es un obstáculo a considerar para la inspiración, la rutina que hace parecer escasas las 24 horas del día, y la fuerza que consume el ayudar a los demás. Sin embargo, la nostalgia provocada por la distancia dotan a los cuentos, arrullos y cualquier cantidad de composiciones de un valor especial. "Cantar aquí, por ejemplo: 'Arare', que es una canción que nace de un arrullo de mi mamá, es importantísimo. Que haya gente que aquí en la ciudad haya valorado algo que me quedo de mi madre es muy especial".
La música que heredó de su madre, de su abuelo Simón Ferrín, quien fue uno de los curanderos más importantes de la Costa Pacífica, es también la esencia del kilombo, pues no solo se sana a los demás a través de las plantas medicinales, sino del arte.

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"Lo que yo soy es un resultado de lo que fueron mis antecesores, eso debo reconocerlo. Entonces la música te transforma, yo soy una mujer transformada por el arte, a mí el arte me ha alimentado porque cuando yo llegué a Bogotá estaba deshecha, más que cualquier otra persona, pero la música me hizo levantar y entender que tal vez esta ciudad me necesitaba a mí".
Y sí, Daira ha liderado muchos proyectos para que las víctimas del conflicto armado tengan estabilidad económica y una vida tranquila, dentro de lo que se puede. El arte no solo lo lleva en su voz, que de hecho, sus hijos también heredaron. (Johnny, le ayuda dando clases de música en el kilombo y Quisú tiene su propio grupo musical en Brasil). Sino en sus manos, Daira capacita a distintas mujeres en la transformación de plantas en fibras y tejidos vegetales, también en el tratamiento de piel pescado para hacer accesorios y ropa, y en la siembra de zoteas o huertas urbanas. Su valentía y su capacidad de resiliencia son innegables ¿De donde salen almas tan inquebrantables?
No sé, pero ese superponer es necesario para que en el kilombo se reconstruyan corazones heridos de muerte por la violencia "Yo lo que hago es cantar por dentro, yo canto en silencio. Soy una mujer que anda con las lágrimas siempre aquí a a bordo.