María: de carepa a áfrica

María es, tal vez, la mujer más amable que conozco. Tiene una sonrisa bonita y genuina, cálida, que hace que sus ojos se achinen. María es la mano derecha de Daira, es su aprendiz en el kilombo Razana. Tiene 38 años, nació en Carepa, Antioquia, y pasó su infancia en Apartadó, en la casa de una de sus tías. Llegó a Bogotá con 13 años, sola, pues sus papás la alcanzaron en la capital cuatro años después de que ella llegara, en 1997. "Yo me arriesgué porque yo veía que a veces en la tarde se formaban unas balaceras y caían balas al techo. Entonces, uno se escondía debajo de la cama y a la hora pasaban unos camiones, donde embarcaban el banano, llenos de muertos".
Me cuenta que como llegó siendo una niña, ella no extrañaba tanto Apartadó, su "territorio", ni siquiera concebía al Urabá como tal. De hecho, ha sido por el proceso que ha llevado con el kilombo y con la maestra Daira, que se ha dado cuenta del valor del lugar que dejó atrás. "Si en estos momentos me dijeran que tengo la oportunidad de irme a Urabá, al Chocó o a Tumaco (...) porque yo ahora me siento de Tumaco, de Chocó. Es que hasta el mismo África me iría. Yo antes no tenia esa conexión y pienso irme a África.
Ahora recuerda mejor. Es decir, vuelven a pasar por su corazón, los ríos a los que se iba a bañar los domingos, el sancocho en la playa y las frutas gratis que brindaban los árboles del camino. De hecho, organizó con Daira un festival del plátano en una finca cercana a Bogotá. La idea era llevar a cabo cocinas comunitarias en las que se prepararan platos típicos del Pacífico colombiano: aborrajados, marranitas, balas y sancochos. La identidad a través de la comida.
Además, me dice que gracias al kilombo es mucho más consciente de los pasos de sus ancestros "Mi mamá y mi papá son de un pueblo que se llama Managrú, eso dicen que es cerca a Itsmina. Mis abuelos son todos del Chocó, los paternos : María Hermelina y Manuel Heraclio vivían en la vereda Boca de Otó. Mi abuela materna todavía vive y se llama Berselina, mi abuelo se llama Herminio". María habla, casi siempre, con un entusiasmo que permite que los relatos tristes pasen desapercibidos. Me cuenta sobre una finca bananera, La Astilla, donde trabajó su papá cortando banano, que luego compró una casa en Chigorodó donde vivió su infancia, hasta que la violencia se recrudeció. Entonces, se fue a vivir con su tía, por seguridad, pero hasta Apartadó llegó el conflicto.
En Bogotá creció, y tuvo a sus hijos. Curiosamente, fue en la capital, en el kilombo, que retomo su proceso de construcción de identidad. El kilombo sigue funcionando gracias al lazo inquebrantable entre la matrona y ella, los conocimientos que ha adquirido allí, la convierten en una sabedora que ha entendido que el territorio trasciende la geografía. Hace unos meses, en una de las tantas visitas que hice al kilombo, María me entregó una manilla naranja en piel de pescado con dos florecitas rosadas. Me dijo que era de la buena suerte por el material y la forma en que fue hecha. Me quedó grande y la amarré en mi tobillo, sé que es de la buena suerte no solo porque es una artesanía preciosa, sino porque tiene todo el cariño y la dedicación de María, la mujer más dulce que conozco.