Nelly: coser e hilar
Nelly tiene el pelo ondulado y castaño oscuro, lo peina por la mitad y lo recoge en una cebollita baja. Tiene una mirada amable, con una pizca de tristeza, y sus silencios dicen más de ella que las palabras que pronuncia. Llegó de Apartadó, de la región del Urabá, junto con sus tres hijos. No ha podido volver y extraña mucho ese lugar: "No he vuelto por miedo, quiero hacerlo, pero sin que peligre mi vida". Me dice algo bonito, pero ella no cae en cuenta: "Aquí (En Bogotá) gracias a Dios estamos bien, estamos vivos, pero únicamente tenemos nuestros pasos".
Dice, con un hilo de voz, que en el Urabá hay una guerra por el interés de la tierra y de los recursos naturales que se disputan grupos armados "de todo, allá hay de todo". Y sí, en Colombia, y específicamente en la región del Urabá, se dio un fenómeno especial: que la producción y exportación de banano, a gran escala, estuviera ligada al desarrollo del conflicto armado interno. Allí, la violencia no afectó las ganancias del sector agro exportador y, paradójicamente, las utilidades de los empresarios bananeros aumentaron a medida que se agudizaba el conflicto. En la zona hicieron presencia el frente V de la guerrilla de las Farc, que como estrategia revolucionaria promovió la invasión a predios rurales y urbanos; la guerrilla del EPL, que se formo de la disidencia del frente V de las Farc, que optó por organizar paros laborales y huelgas, interviniendo en los intereses de los distintos sindicatos de trabajadores de la región. Como si fuera poco, los grupos paramilitares, comandados por los hermanos Carlos y Vicente Castaño Gil, y por Fredy Rendón, alias El Alemán, aprovecharon la situación para estigmatizar a los trabajadores afiliados a los sindicatos y a los militantes del Partico Comunista y la Unión Patriótica para declararlos objetivos militares. La olla a presión estalló.
"Una amenaza, por una amenaza fue que yo salí, a mí me tocó venirme en un bolejero, como le dicen a los camiones que transportan el banano ya empacado, tres días para llegar aquí, porque desalojaba o la cabeza". En ese momento hay un silencio que proviene de una tristeza profunda, Nelly llora pasito. "Del 92 para acá eso fue terrible. Si uno se iba a trabajar, eso los bajaban del bus y era lluvia (los tiros de gracia) una cobardía. Todos se acostaban boca abajo, yo vi esas ráfagas".
Cundo llegó se puso a vender empanadas, carimañolas y pasteles, desayunos y almuerzos. Con lo que empezó a ganar se puso a estudiar en el 20 de Julio, dos veces a la semana. "Yo no conocía la maquina industrial (para coser) como tal. O sea, no tenía conocimiento para poder manejar esa máquina grande. A veces hago envueltos para ayudarme con el arriendo". En la ventana de la casa donde vive puso un aviso para promocionar sus costuras y la gente llega "no digo que muchísima gente, pero llegan por mi aviso. Nelly se defiende cosiendo porque es lo que mejor sabe hacer, aprendió de su madre, es un conocimiento heredado y lo perfeccionó en Bogotá. " Sabía coser porque mi mami, ella cose, su conocimiento es empírico porque nunca estudió. El metro de ella son las manitos –me muestra su mano estirada como para medir una octava en un piano– ese es el metro de ella. ¡Imagínese! ella todavía lo hace, gracias a Dios tiene una vista, yo diría que mejor que la mía, y con la máquina esa de pedal que es la que conocemos allá, yo no conocía la industrial".
Nelly llegó al kilombo Razana por invitación de Daira, como es tan buena costurera, le propuso que liderara un taller de costura en el sótano de la casa donde funciona el kilombo. Hay máquinas, pero muchas de ellas no funcionan. Además, Nelly vive lejos de la Candelaria y por el trabajo y otros compromisos no puede asistir siempre. Pero está ahí, junto a Daira, cuando puede, luchando y consiguiendo los recursos para poder consolidar esa idea, para terminar de hilar en el kilombo las heridas de otras mujeres como ella.